Jared Diamond, un lúcido científico con enfoque transversal sobre muchos asuntos (historia, sociología, economía, ecología), ha escrito un esclarecedor libro, “Colapso”, sobre la desaparición de algunas sociedades del pasado.
El subtítulo es “Por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen”. Algunas sociedades han sobrevivido en entornos muy hostiles durante muchos miles de años y han explotado sus recursos de forma sostenible, en tanto que otras han contado con muchas oportunidades y una civilización compleja y han fracasado en esos mismos entornos e incluso en otros más favorables.
Un ejemplo de esto es la diferente suerte que corrieron los inuit (esquimales) y los colonos noruegos (vikingos) en la Groenlandia medieval. Los noruegos se llevaron de su país su civilización, sus modos de obtener recursos y sus valores cristianos.
Encontraron un entorno relativamente favorable en una etapa cálida (sobre el año 980) y basaron su economía en lo mismo que en Noruega, en la cría de ganado (vacas y ovejas), complementandolo con la caza de focas y caribúes y el comercio de artículos de lujo con Europa, como los colmillos de morsa para obtener marfil.
Destruyeron los frágiles bosques para obtener madera y para el pastoreo, lo que causó la erosión del suelo, azotado por fuertes vientos y poco propicio para la regeneración vegetal por las bajas temperaturas. La sociedad estaba muy jerarquizada, los jefes acumulaban mucha riqueza y la construcción de iglesias consumía muchos recursos de la comunidad.
Los inuit eran un pueblo de cazadores-recolectores adaptado desde antiguo a ese entorno, que desarrolló en la Edad Media algunas innovaciones muy efectivas. Aunque no poseían la tecnología del hierro de los noruegos, sus métodos de caza y pesca se hicieron muy ingeniosos y permitieron explotar recursos que eran abundantes y se regeneran todos los años. Mientras que los noruegos desdeñaban el pescado, los inuit lo obtenían con sus rápidas embarcaciones, los kayaks, que apenas necesitaban madera (que tampoco usaban en sus viviendas). Aprendieron a cazar todas las especies de focas (los noruegos sólo las más accesibles) y también ballenas, con sofisticados arpones, y a usar su carne para alimentarse y su grasa para calentar y alumbrar.
Cuando el clima se hizo más frío al final de la Edad Media, los noruegos comprobaron que no podían reunir las suficientes reservas de heno en el verano para alimentar a su ganado en el invierno, que las condiciones para la navegación eran cada vez más difíciles (por los hielos flotantes) y que el marfil de morsa era cada vez menos demandado en Europa, ya que las Cruzadas permitieron el comercio de marfil de elefante.
Los noruegos no renunciaron a sus hábitos alimenticios ni a sus valores, y no buscaron su alimento en otras fuentes (como el pescado) ni dejaron de desviar recursos hacia el lujo de los jefes y de las iglesias. A mediados del siglo XV se extinguieron de Groenlandia, víctimas del hambre, como atestiguan múltiples señales en los yacimientos arqueológicos de esa época. Los inuit, sin embargo, sobrevivieron, y sólo entraron en decadencia tras la llegada de nuevos colonizadores europeos.
Como ejemplo de sociedad que supo revisar sus valores y adaptarlos al entorno, se cita a los habitantes de Tikopia, una isla del Pacífico tropical, que estimaba mucho a los cerdos, pero a los que sacrificaron al descubrir que causaban deforestación y daños en sus huertos. Los habitantes de las tierras altas de Nueva Guinea ostentan un envidiable récord de permanencia en un mismo lugar (46.000 años) siendo autosuficientes y usando sus recursos de forma sostenible, pues aprendieron a reforestar las laderas con un árbol con gran poder de protección del sustrato y que aportaba ventajas de fertilidad y de control de plagas a sus huertos.
Pero el libro presenta otros muchos ejemplos de sociedades que florecieron espectacularmente y cayeron en picado justo después de la etapa de máximo esplendor (ésta es una pauta que se repite y que debería alertarnos a nosotros, que nos sentimos seguros por nuestros niveles de riqueza, los más altos de la historia). Una sociedad tan compleja y estructurada como la de la isla de Pascua, sucumbió por una deforestación brutal (los bosques de Pascua eran mucho más sensibles a ella que los de las islas de origen de los colonos polinesios) y una carrera desenfrenada de los jefes por conquistar prestigio erigiendo las célebres cabezas de piedra, los moai, que requerían ingentes cantidades de esfuerzo humano y madera.
Algo similar ocurrió en los asentamientos de los mayas, que no descubrieron las fragilidades de su entorno aparentemente exuberante, y cuyos jefes se dedicaron principalmente a la guerra y la construcción de templos colosales. Otras sociedades que desaparecieron por una mezcla de factores ecológicos, económicos y políticos, fueron la de los indios anasazi, en el seco Sudoeste de EE.UU., y las de otras islas del Pacífico, mostrando lo extremadamente sensibles a cualquier perturbación que son las sociedades humanas en entornos hostiles.
El libro analiza también algunos problemas medioambientales en diferentes sociedades de la actualidad: el estallido demográfico que estuvo en parte detrás del genocidio de Ruanda; el vertiginoso crecimiento económico de China, que se ha producido a costa de un deterioro enorme del medio ambiente; la diferente gestión ecológica en Haití y en la República Dominicana (la primera deforestó sus tierras y la segunda protegió sus bosques), que se refleja en la mayor riqueza actual de los dominicanos; y el enfoque “minero” (extraer recursos sin posibilidad de renovarlos) de la explotación humana de Australia.
A los australianos les ha pasado lo que a los noruegos en Groenlandia: que han tratado de implantar en su tierra una economía basada en la agricultura y la ganadería, como la de Gran Bretaña en el siglo XVIII, a pesar de que el continente australiano es muy seco en su conjunto y tiene unos suelos muy pobres.
Uno de los capítulos más interesantes es el que se destina a comprender las causas de los errores que cometieron las sociedades extintas, para tratar de extraer enseñanzas de ellos. Entre estas causas están la falta de perspectiva histórica para observar cambios en el entorno que se producen muy lentamente, o la incapacidad, aún reconociendo los problemas, de llegar a políticas comunes por la prevalencia de los intereses individuales a corto plazo. Los siguientes capítulos exponen algunos consejos para evitar caer en los mismos errores en el presente y algunas estrategias que podrían conducirnos a un crecimiento sostenible.
El comportamiento de las élites dominantes en sociedades que colapsaron en el pasado, nos sirve de advertencia a los habitantes del Primer Mundo, que pretendemos trasladar nuestros problemas medioambientales al Tercero y aislarnos en nuestro propio paraíso de lujo y despilfarro. Todas las amenazas son ya globales. Como dice Diamond, “lo único que pueden comprar los ricos es el privilegio de morir los últimos”.